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PELÍCULA CONTACTO EN FRANCIA.

(Para el libro "Cine y Criminalidad Organizada", Editores Moira Nakousi y Daniel Soto.  Editoral Cuarto Propio)

 

“Contacto en Francia” no es una película sobre los drogadictos y su submundo, ni sobre las consecuencias, físicas o psicológicas, que la droga causa en ellos. Es una película sobre los elegantes, sofisticados, protegidos y delictivos hilos que manejan el gran negocio de la droga en el mundo, y la lucha desigual, muchas veces casi carente de medios, que deben mantener los policías que quieren detener esta actividad. Es una película sobre los efectos que esta enorme y lucrativa empresa tiene sobre el poder económico, político y social de nuestro planeta, mientras los ciudadanos comunes sólo podemos, algunas veces, ver pasar la gran comparsa.

El Contexto Real

 

Esta película de William Friedkin es ficción, pero es el retrato de una forma de criminalidad organizada que existe en el mundo como una importante amenaza.  Específicamente, el contexto de la trama se basa en una situación real, cuando la mafia abrió el camino entre Nueva York y Marsella para un cartel de la droga, que se llamó La Conexión Francesa (en inglés, The French Connection). Fue una línea completa de actividad del narcotráfico destinada a transportar heroína desde Turquía, para ser refinada en Francia y, luego, introducirla en Estados Unidos. En las décadas de 1960 y 1970 fue responsable de la mayor parte de la droga consumida en ese país.

En Turquía  se permitía la producción de opio para la fabricación de productos legales. Sin embargo, los campesinos vendían los excedentes a los narcotraficantes, quienes los trasladaban a Marsella, donde producían morfina y heroína de la más alta pureza. Este negocio creció enormemente, involucrando a barcos que regularmente hacían la ruta y a personajes importantes, de nivel internacional. Hacia 1960, entre 1200 y 2300 kilos de heroína pura de 85%  eran introducidos en EEUU, sólo por esa vía.

En los años 70, Turquía, poco a poco, fue terminando con la producción legal de opio. La colaboración entre las policías francesa y estadounidense permitió el decomiso de grandes cantidades de droga, la captura de un importante número de traficantes y distribuidores, el registro de varios laboratorios de producción y el desmantelamiento de esa red. Tras estas operaciones, sin embargo, se descubrió que parte de la droga requisada por el departamento de policía había sido sustituida por harina.

Un Thriller con una Inteligente Construcción de Trama e Imagen.

El Tendido De La Droga

 

Así como la red de la droga que se extiende por el mundo enlaza distintas capas sociales y económicas, tanto la trama como la imagen de la película están construidas sobre diferentes niveles y vasos comunicantes. Marsella, con sus escaleras y barrios estrechos, con cuerdas tendidas entre un edifico y otro, callejuelas por donde deambulan, suben y bajan, pequeños seres que se matan y mueren - a pleno día - dentro de la actividad policial y delictual, mientras la vida sigue a su alrededor. Al mismo tiempo, vemos la Marsella de amplio paisaje en la parte baja, a orillas del mar, con mansiones donde se mueven lujosamente personajes elegantes y limpios en apariencia; pero oscuros en negocios y actividades, lo que los une a los seres insignificantes de las escaleras estrechas.  Niveles de la ciudad, niveles sociales, todos con sus vasos comunicantes. Incluso, somos testigos de cómo se construye una de las redes de este negocio, uniendo a los de arriba con los de abajo: un aparentemente legal empresario portuario, que ha subido en la escala social gracias a su trabajo, planea la construcción de un muelle para recibir barcos de mayor tonelaje. Todo bien al parecer: empuje empresarial, entremedio de las grúas que se mueven al ritmo de esta expansión. Pronto sabremos que el próspero negociante tiene una conexión con la mafia delictiva y, con seguridad, los barcos no sólo llevarán pasajeros o carga autorizada.

En Estados Unidos, nuevamente la película nos lleva a caminar sobre diferentes niveles y descifrar las conexiones entre ellos. Esta vez en Brooklyn, Nueva York. Niveles físicos: terrenos baldíos llenos de barro y basura; veloces y modernas autopistas, que pasan por sobre esos terrenos y sobre los personajes; puentes que llevan el flujo hacia el otro lado de la ciudad; escaleras del metro. Todo mostrado en planos y montaje precisos y bien construidos, para sumergir al espectador en ese espacio físico. Niveles sociales: oscuro mundillo de bares, principalmente frecuentados por afroamericanos, donde la droga y el delito en general tienen un refugio; policías comunes y poco sofisticados, que cumplen su deber casi como una obsesión, enfrentando a los acaudalados y refinados traficantes. Y todo esto sucede, en la película y hasta hoy, en medio del resto de los seres humanos que hacemos nuestra vida cotidiana, común y corriente, aunque, inevitablemente, expuestos a todo los que este mundo de delitos y violentos enfrentamientos implica: como la mujer que muere en vez del policía, casualmente, en plena vía pública, a manos de un francotirador. ¿Acaso no nos recuerda lo que muestran los noticieros?: una “bala loca”, en un ajuste de cuentas, mató a un inocente... ¿Cuántos vasos comunicantes más existen en este negocio, desde esa época hasta hoy? ¿Cuáles son los niveles sociales y económicos que se unen a través de ellos?

Una Película de Los 70

 

La década de 1970 fue una época en que el thriller dio varios personajes del policía obsesionado con la captura de él o los maleantes (Harry el Sucio, Sérpico, entre otros). Películas directas, ágiles, sin concesiones ni eufemismos - muchas veces políticamente incorrectas -, trama policial pura, basadas en la imagen más que en los diálogos. Hoy son clásicos del cine, a los que se debe observar comprendiendo que son muy anteriores a la cinematografía actual, tratando de tener los ojos más ingenuos - los de un público que no había visto este tipo de películas, ahora repetidas una y mil veces, cada vez más rápidas y violentas.

“Contacto en Francia” ya acarrea varios años sobre sus hombros, sin embargo, no es un film viejo ni pasado de moda, tanto en su realización como en su temática.  En su ejecución, a la luz de lo que vemos hoy en cuanto a secuencias de acción, podría parecer muy poco violenta, casi ingenua (se desparrama poca salsa de tomates sobre los cuerpos maltrechos, sin efectos especiales que simulen amputaciones), pero la acción física y la forma de mostrarla es impecable: llena de vida, los planos nos informan minuto a minuto sobre lo que está sucediendo, el montaje apoya ampliamente la generación del movimiento y casi coloca al espectador dentro de las calles y con los transeúntes. En cuanto a la temática: drogas - dinero - poder, y el violen​to choque social que ello implica. No hay mucho que agregar respecto a su pertinencia en el mundo de hoy, basta mirar un poco lo que sucede con los carteles internacionales de la droga.

También es importante destacar el paralelo que hace la imagen, en varios momentos del film, entre la vida refinada del mafioso retratado impecablemente por Fernando Rey[1] comparada con la existencia poco glamorosa de los dos policías, personificados por Gene Hackman y Roy Scheider.  Esto está especialmente bien logrado en la escena en que los dos traficantes comen regaladamente en un restaurante, eligiendo el vino y los postres, mientras Jimmy "Popeye" Doyle[2] se come un sándwich en el frío y bajo la lluvia.  Ese paralelo pone de manifiesto algo que debiese constituirse en tema de debate en nuestra sociedad: el poder económico que genera el mundo delictivo, frente a la precariedad de vida de algunos de los que combaten el crimen (lo que tal vez explica, si bien no justifica, la droga desaparecida tras la redada de la desmantelación de la banda de la Conexión Francesa, por la policía de Nueva York, en la vida real.)

 

Estilo

 

El director William Friedkein ha tenido también experiencia en el documental, y ese formato se asoma a ratos en esta película: cámara en mano en las calles de la ciudad de Nueva York, con peatones reales que vemos asombrarse por lo que está ocurriendo ante sus ojos. Es decir, una película con la idea de capturar la “verdad” de lo que sucede. Las cámaras se mueven con gran libertad, a veces con giros muy desenfrenados, con una clara preconcepción de planos y secuencias pero que no las deja atrapadas; y con un montaje preciso que da forma y consistencia a cada una de ellas, sin perder en ningún momento el hilo de la acción ni de la trama.[3] En este film es posible apreciar la gran influencia que tuvo, sobre todo, el cine de la Nouvelle Vague.[4]

Algunos Puntos a Destacar

 

La secuencia de “Popeye” Doyle manejando a una velocidad desbocada por las calles de Nueva York, tras el metro que corre en un nivel superior, porque en ese metro va un mafioso a quien Doyle está empeñado en capturar, ha sido comentada en infinitas ocasiones y publicaciones. Es, sin embargo, imposible referirse a este film y no volver a recordarla, junto con mencionar que es una de las persecuciones más memorables de la historia del cine: el vértigo de la velocidad que da la cámara montada en el parachoque delantero de un auto, que corre por las calles atestadas de vehículos y peatones;  el intenso sonido del metro sobre los rieles, el rugir del motor y los bocinazos; los vagones corriendo a toda prisa, pasando sin detenerse en las estaciones, con el maleante disparando sobre quien se le cruza por delante, en el espacio cerrado y sin salida de un metro a toda velocidad; todo montado de manera que incluye a los espectadores como parte de la frenética carrera. Una secuencia memorable: puro lenguaje cinematográfico. Sin efectos especiales, logra mantener la atención y la tensión al más alto nivel; un ícono para los amantes del cine.

Al final de la película, es posible preguntarse por qué la banda de narcotraficantes es detenida una vez finalizado el negocio ilícito, en vez de hacer una encerrona policial mientras la transacción se desarrolla, lo que parece mucho mejor desde el punto de vista de la lógica. Pero el cine no es sólo lógica y hay momentos en que la imagen, y lo que ella representa, se debe imponer. El final de “The French Connection” se da en un espacio absolutamente abandonado, deprimente, húmedo y sucio, parecido a lo que debiese ser el submundo en que se desarrolla este negocio. Es el lugar preciso para que el policía, trabajólico, valiente y enfermizamente obsesionado por detener al delincuente, se arroje a acometer el final de la cacería, prácticamente solo frente a su enemigo. Ha sido un frenesí de carrera en contra del delito y, tal vez, es la necesidad de vengarse de la forma en que el traficante se ha burlado y escapado de él en la persecución anterior lo que, fatal pero inexorablemente, hace que Doyle cometa el error final que le impone el lado oscuro de su carácter.

La película ganó el Oscar a Mejor Película 1972. Aunque no todos la consideran digna de tanto elogio, la cinta muestra de manera impecable y entretenida cómo se mueve el mundo del crimen organizado de la droga y el narcotráfico, con sus tentáculos de dinero y poder que pueden llegar a todos los estratos de la sociedad.  Un tema totalmente vigente.[5]

Bibliografía

 

Comas, Ángel. De Hitchcock a Tarantino. Enciclopedia del “neo noir” norteamericano. Madrid, España: T&B Editores, 2005.

Santamarina, Antonio. El cine negro en 100 películas. Madrid, España: Alianza Editorial, 2009.

 

[1] La anécdota es que William Friedkin quería a Francisco Rabal para el papel, pero el jefe de casting se confundió de nombre y terminó allí otro español: el elegante Fernando Rey.

[2] Gene Hackman, Oscar Mejor Actor 1971

[3] Oscar al Mejor Montaje 1972

[4] Movimiento cinematográfico nacido en Francia en los años 60.

[5] La mayor crítica se dio porque el mismo año compitió para el Oscar la británica “A Clockwork Orange” (La Naranja Mecánica), el formidable film de Stanley Kubrick. Compare y decida el lector.

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