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LA PIEDRA EN EL ESTÓMAGO

 

 

Pablo sabía que tenía que ir, ya le habían dicho que estaba bastante grande para eso y, además, no podía quedarse solo, pero se le ponía como una piedra en el estómago que no lo dejaba respirar. Trató de pensar si alguna vez se había sentido así y recordó una vez, cuando era chico y sabía que lo iban a vacunar al día siguiente.  Esa vez pasó toda la noche con la piedra en el estómago, sin poder dormir, ahora sentía la misma sensación que lo hacía apretar las manos cada cierto tiempo y respirar muy profundo, como si el aire a su alrededor se fuera a terminar.  Además, era poco claro: el papá dijo que ya era grande para ir y la mamá dijo que era chico para quedarse solo, a veces los papás no se ponen de acuerdo. ¿Siete años era grande o chico?

 

Qué pena que era domingo y no podía irse al colegio, ese fue un pensamiento raro porque siempre le encantaban los domingos en que el papá estaba en la casa e inventaba juegos con él.  Bajó a tomar desayuno y la mamá estaba conversando con una señora que él no conocía.  “Esta es tu tía Matilde” dijo la mamá.  Pablo no sabía si darle la mano o un beso, pero la tía lo arrastró y le dio un abrazo bien apretado, “No puedo creerlo, si está tan grande.  Yo te conocí cuando eras así de chiquitito” y puso sus manos como si fuera a tomar un bebé.  Pablo pensó que él conocía a las tías, pero a esta no la había visto nunca, por lo menos desde que se acordaba de las cosas.  

 

Cuando la tía lo soltó, la mamá lo llevó a la cocina y le preparó desayuno. La tía nueva se quedó sola sentada en el living, eso era raro, las otras tías siempre seguían a su mamá, conversando por toda la casa.  “Cuando termines anda a levantarte, ya te dejé la ropa que te tienes que poner y tu papá va a volver en un rato más para llevarnos”.  Pablo se sentó pensando en todo lo que estaba pasando y en esta tía nueva que era bien bonita y joven; las que él conocía eran como más viejas .  Pensó por qué sería su tía, pensó si tendría hijos, porque las otras tías tenían a sus primos con los que él jugaba siempre.  Una vez había preguntado por qué eran sus tías y primos y su mamá le explicó que eran hermanas de ella y,  por eso, eran sus tías y primos. ¿Sería, también, hermana de la mamá y habría otros primos?, iba a tener que averiguar todo eso.  Por un momento, estos pensamientos lo habían hecho olvidarse del susto, del estómago apretado y el aire que faltaba, pero se acordó de nuevo y no pudo seguir comiendo el pan.

 

Pasó por el living y había llegado su papá, que estaba hablando con la tía de una manera muy rara: enojado, pero muy despacito, como para que nadie escuchara que estaba enojado.  Pablo conocía esa cara: era cuando su papá lo retaba por algo que había hecho mal, por ejemplo, cuando le pegó a un compañero más chico o cuando había tirado una pelota adentro de la casa y había roto un cenicero que Pablo encontraba muy feo, pero que su papá parecía querer mucho.  

 

Cuando Pablo entró al living, su papá se puso más contento, se acercó, le hizo un cariño en la cabeza y le dijo que fuera a vestirse porque ya se tenían que ir, esta no era una ocasión para atrasarse.  Mientras Pablo subía la escalera escuchó a su papá “Bueno, después hablamos, hay que pasar por esto primero”.  A lo mejor por eso estaba enojado, tal vez a él también le daba susto y tenía la piedra en el estómago.

 

Pablo se vistió lo más lentamente que pudo para tratar de demorar el momento que le daba miedo, incluso pensó en hacerse el enfermo, pero sabía que nadie le iba a creer, además, todos se iban a ir, seguramente la tía nueva también porque estaba muy elegante, toda de negro, y la mamá le había dicho que no se podía quedar solo en la casa, así es que no había nada que hacer.  Se miró al espejo y se sintió medio ridículo, con la misma ropa que había usado para el matrimonio de su prima Beatriz, pero eso había sido en la noche y ahora eran las diez de la mañana.

 

Bajó la escalera, la mamá se acercó y le arregló un poco el cuello de la camisa blanca “No te preocupes, no va a ser nada terrible”.  La tía nueva también le hizo un cariño al pasar y, al mirarla, Pablo se dio cuenta que había estado llorando, incluso su papá tenía los ojos un poco como brillantes.

 

En el auto, él quedó sentado atrás con la tía nueva que, sin decirle nada, le pasó el brazo por el hombro.  La mamá se dio vuelta y los miró “Matilde, supongo que te vas a quedar en Santiago esta noche, si quieres te quedas en la casa”.  Pablo vio que la mano de su mamá tomaba la de su papá sobre el volante del auto y se la apretaba.  “No sé, no he pensado, pero, gracias” la tía sacó un pañuelo de la cartera y se secó los ojos, que se habían llenado otra vez de lágrimas.  Pablo tenía muchas preguntas, pero se daba cuenta que esta situación de ojos con lágrimas, estómagos apretados y caras de rabia, no era como para decir nada.

 

Cuando el auto se detuvo, su tía bajó rápidamente y caminó hacia un grupo de personas que ya estaban en la puerta.  El papá se quedó cerrando el auto y él empezó a caminar con su mamá.  Pablo vio a mucha gente que él no conocía, que abrazaban y le daban besos a la tía nueva.  Las mismas personas se acercaron a ellos y abrazaban un poco a la mamá, algunos le hacían un cariño a él también.  Su papá caminó hacia ellos, pero antes que llegara hasta donde ellos estaban la mamá dijo “Entremos” y se llevó a Pablo hacia la iglesia.

 

Pablo se dio vuelta y vio que su papá se saludaba con algunos como que los conocía y decidió que había cosas que tenía que saber, así es que preguntó por que esta tía nueva era su tía “Es la hermana de tu papá, tú no la conocías porque se fue a vivir fuera de Santiago con tu abuela cuando eras muy chiquitito”.  Pablo se quedó mirando a la tía nueva y a su papá y pensó que no parecían hermanos, porque su mamá con sus hermanas se abrazaban y reían mucho cuando estaban juntas, en cambio su papá y la tía nueva casi no se miraban.  Además, pensó que era raro no haberla visto, porque las hermanas de su mamá vivían en Valdivia y siempre iban a verlas. ¿Sería que esta tía y la abuela estarían viviendo muy lejos, como en Antofagasta? Él sabía que Antofagasta estaba muy lejos porque un amigo se había ido a vivir allá y no lo había visto nunca más.

 

Estaba pensando en todo eso cuando vio a su papá pasar hacia adelante “Sentémonos en la primera fila” dijo al pasar al lado de ellos, la mamá lo tomó de la mano y lo llevó.  Entonces, la piedra volvió al estómago porque Pablo se dio cuenta de la caja café, tapada con flores y con velas alrededor que había a su lado.  Se tomó más fuerte de la mano de su mamá, ella lo miró y le hizo un cariño en la cara “Quédate tranquilo, vamos a estar juntos y no va a pasar nada malo”  Pero Pablo no estaba muy seguro, en las películas los muertos siempre se levantaban de la caja café y asustaban a la gente.  Apareció un sacerdote y empezó una misa, él siguió a su mamá en lo que hacía; se arrodillaba y se paraba, se volvía a arrodillar y se sentaba, él hacia lo mismo pero siempre vigilando la caja café por si había cualquier movimiento.

 

El sacerdote se acercó a la caja y empezó a tirarle agua, dando vueltas alrededor.  Pablo lo miró atentamente y vio que al sacerdote no le daba nada de miedo, a lo mejor para eso era el agua, a lo mejor los muertos no salían cuando estaba lloviendo y así los engañaban; tendría que averiguar todo eso después.

 

Su papá y otros señores se acercaron a la caja café y la tomaron sin ningún miedo,  estaba claro, los muertos no salían con el agua que les tiraban. Llevaron la caja café hacia fuera y todos iban saliendo detrás, pero él arrastró a su mamá y la obligó a ir por uno de los lados.  De todas maneras, estaba muy pendiente de la caja café porque no quería que a su papá le pasara nada malo tampoco.

 

Cuando llegaron afuera, nuevamente se encontraron con la tía nueva y su mamá la abrazó muy fuerte.  Metieron la caja café en una especie de furgón, pusieron las flores adentro, y todos empezaron a ir a sus autos. Pablo pensó que ya estaba todo listo, la abuela muerta no se había salido de la caja para asustar a la gente y todo estaba bien.  Ahora se iban a la casa y jugarían como todos los domingos.  Vio venir a su papá secándose los ojos y por primera vez, se dio cuenta que se la había muerto la mamá y pensó que era terrible, ni siquiera podía pensar en que su mamá se muriera, ahora entendía que, por eso tenía esa cara, no era rabia, era pena.  

 

“Vamos al auto” dijo el papá y Pablo corrió para tomarle la mano y decirle que ahora sabía que tenía pena. La tía nueva se había subido en otro auto y los tres solos partieron hacia la casa.  Pero el papá se puso detrás del furgón y fueron hacia otra parte, la mamá se dio cuenta de su confusión y le dijo que ahora debían ir al cementerio.  ¡Al cementerio!  Ahí la piedra en el estómago se subió hasta el corazón y le dieron ganas de llorar. En el cementerio sí que los muertos salían y eran terribles, lo había visto en muchas películas.   Pensó que habría sido bueno traer agua, como la que tiraba el sacerdote, pero no se atrevió a comentar nada porque veía a su papá con mucha pena y a su mamá que le hacía cariño en la mano sobre el volante.

 

Este cementerio no era como el de las películas.  Había prados con flores muy lindas y en algunas partes juguetes, remolinos y globos.  Un poco más tranquilo se bajó del auto y empezó a caminar de la mano de su mamá, pero entonces apareció la tía Carmen, una de las tías antiguas, hermana de la mamá “Hola, no alcancé a llegar a la iglesia” le dio un beso a la mamá y un largo abrazo al papá.  La mamá se acercó y le dijo algo al oído, entonces la tía Carmen se acercó a Pablo “Ven conmigo, vamos a esperar por aquí, tomándonos un helado”  Lo tomó de la mano y se lo quiso llevar, pero Pablo no soltó la mano de su mamá y se resistió; los cementerios podían ser peligrosos, aunque tuvieran muchas flores y juguetes.

 

Llegaron a un lugar con un toldo como para una fiesta y nuevamente apareció el sacerdote con el agua, diciendo unas palabras y tirándola sobre la caja café, así es que Pablo quedó muy seguro: el agua era lo mejor para que los muertos no asustaran a nadie.  Cuando el agua había hecho efecto y no había peligro, su tía nueva se acercó a la caja, puso una flor, dejó su mano sobre ella y dijo muy despacito “Gracias por todo, mamá, te quiero mucho”.  Pablo vio que su mamá le daba un pequeño empujón a su papá, él también se acercaba a la caja y ponía la mano sobre la de la tía nueva.  Pablo se dio cuenta que si la tía nueva era hermana del papá también se le había muerto la mamá, otra vez pensó que era terrible que las mamás se murieran, pero la suya le había dicho que ella y el papá siempre iban a estar con él mientras se quisieran mucho, así es que Pablo se esforzaba muchísimo por quererlos, para que nunca se murieran. Entonces, ¿por qué la mamá del papá y de la tía nueva se había muerto, sería que alguno de ellos no la quería lo suficiente? Esta era otra pregunta que tendría que hacer cuando llegaran a la casa.

 

Se acercaron unos hombres a la caja café, la tía nueva y el papá se echaron para atrás y se abrazaron, los hombres tomaron la caja y la pusieron en el suelo, donde había un género y todos empezaron a abrazarse y a caminar hacia la salida.

 

Como la tía nueva y el papá iban caminando de la mano más adelante, Pablo pudo quedar solo con la mamá y le preguntó por qué la abuela se había muerto si la tía la quería tanto, ¿acaso el papá no la quería?  La mamá lo miró un poco asombrada y dijo que la gente se moría cuando ya estaba muy viejita, no porque no las quisieran.  “Tu papá siempre quiso mucho a tu abuela, lo que pasa es que él prefirió quedarse con su papá, tu abuelo, que murió cuando tú eras muy chiquito, por eso no la veíamos. Pero tu papá también la quería mucho, igual que la tía”. O sea la gente se moría aunque se hiciera un enorme esfuerzo por quererla. Pablo volvió a sentir la piedra en el estómago que subía a su corazón y se puso a llorar.

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Rocas blancas
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