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PASOS EN LA ESCALERA

                          

Los pasos sonaban subiendo por la escalera.  Clara se sentó en la cama y miró hacia el oscuro túnel afuera de su pieza; nada, no se veía nada, sólo se escuchaba el ruido, cada vez más fuerte, que se empezó a confundir con el de la sangre golpeteando en su corazón. “Papá”, quiso gritar, pero el llamado se murió dentro de su garganta. Nuevamente “Papá, mamá” eran palabras dentro de su cabeza, las enviaba a su boca, pero no salían, parecían atorarse y ahogarla.

Estaba paralizada, hipnotizada por la oscuridad y el ruido, sin poder moverse ni gritar, con los ojos y los oídos muy abiertos, casi dolorosamente abiertos, así llegó la primera claridad.  Un pálido resplandor empezó a dar algo de luz al pasillo; era el mismo pasillo de siempre, el ella lo conocía, jugaba allí correteando con su hermana, asustándola a veces.

“¡Clara!”.  El grito la golpeó de pronto, la hizo dar un salto “¡Clara, apúrate!”, su mamá entró a la pieza y a toda prisa abrió las cortinas, eliminando casi todas las negruras. “Ah, ya habías despertado, es un poco tarde”.  Clara todavía no lograba sentir que estaba allí en la pieza, con su mamá, era como que una parte de ella se había quedado en la noche y la oscuridad. 

 

Su mamá revoloteó un poco, revisando la ropa del colegio “Ya, levántate sola, voy a vestir a tu hermana”.  Clara quiso hablarle, decirle lo que pasaba, pero no lograba armar las palabras, se enredaban en su cabeza como un puzle y la mamá salió rápidamente de la pieza.  Últimamente, la mamá parecía rara todo el tiempo: un poco apurada a veces, otras veces, se quedaba mirando fijamente alguna cosa, sin moverse.

Clara quiso levantarse, pero le daba miedo bajar las piernas y que una mano saliera de debajo de la cama y se las aprisionara.  Con mucho susto, se colgó del borde y miró; nada, sólo las zapatillas y una muñeca perdida.  Se atrevió a caminar al baño.

   

El pasillo parecía nuevamente amistoso. Se lavó y vistió rápido, tratando de ganarle al avance del reloj para alcanzar a contarle al papá y la mamá lo sucedido, antes de irse al colegio.  Entonces, recordó que su papá no estaba, hacía unos días se había ido diciendo ”Te quiero mucho y eso nunca va a cambiar”, mientras la apretaba en un abrazo muy fuerte. Clara no entendía bien porqué podría cambiar; siempre se habían querido mucho, aunque él anduviera de viaje; cada vez traía regalos y le contaba de otros países maravillosos adonde iban a ir juntos cuando ella creciera. Decidió escribirle una cartita para decirle que ella también lo iba a querer siempre mucho.  En la misma carta podría contarle de los pasos en la escalera. Era muy bueno haber aprendido a escribir, aunque todavía le costaba un poco.

Su hermana lloriqueaba como siempre mientras le desenredaban el pelo y su mamá empezó a subir la voz; todas las mañanas era más o menos lo mismo.  Clara fue a la cocina, sacó una cajita de leche y se la tomó.  Su mamá apareció arrastrando a su hermana a medio peinar “Ya, te vas así no más, me cansé. Apúrense, ya va a llegar el furgón”. Clara sentía que no había un espacio para su problema, quedaría para la tarde y para la carta al papá, ese pensamiento la tranquilizó.  En el momento de recibir la carta su papá sabría lo que estaba pasando en la escalera y se vendría inmediatamente para ganarle a la oscuridad.

En el colegio, empezó a escribir su carta en el recreo.  Sus amigas la invitaron a jugar, pero ella estaba apurada, necesitaba contarle a su papá de su problema, así llegaría antes de la noche. Le escribió que ella también lo amaba mucho, más de mil, iba a ser así siempre, aunque fuera una viejita de más de treinta y ocho años. Cuando le iba a empezar a contar de los pasos, sonó el timbre y se terminó el recreo.

En esta clase cada uno debía contar algo que hubiera visto y le llamara la atención.  Clara pensó en contar lo de la escalera, pero se sentía más segura mientras las palabras no armaran el susto, si las palabras se juntaban para contar la historia, el miedo terrible que había sentido iba a volver.  Su amiga decía algo de unas gitanas en la plaza, pero Clara no puso atención, otros compañeros empezaron a hablar y ella se distrajo, perdida en la oscuridad de la escalera. Sintió algo en su cabeza y despertó, era la profesora que pasó por su lado y le hizo un cariño.  Se dio cuenta que había estado como su mamá, mirando delante de ella algo inexistente.

En el siguiente recreo trató de seguir con la carta, pero nuevamente tuvo la sensación de que si se armaban las palabras para contar lo de la escalera, el susto iba a volver. Finalmente, sólo escribió al papá que lo necesitaba muy urgente.

La clase de inglés fue buena, a ella le gustaba mucho.  La miss era bien entretenida y se parecía un poco a la Bella. Su papá le había regalado la película y había dicho “Vamos a ver juntos La Bella y la Bestia”, pero una tarde habían empezado a verla, había sonado el teléfono y el papá se había ido, diciendo que otro día mejor; la mamá se había enojado mucho porque él se iba sin ver la Bella.  Al pensarlo se dio cuenta que su mamá siempre se enojaba cuando el papá hablaba por teléfono y salía. Sacó su cartita y le puso que, además, se acordara de ver juntos La Bella y la Bestia.

Con la carta guardada en la mochila se sintió tranquila, ahí estaba todo resuelto, su papá ya sabría que lo necesitaba urgente y volvería, almorzó y en la tarde pudo estar en la clase de gimnasia sin que sus ojos se quedaran mirando hacia adelante.  El tío los hizo correr por todo el patio, casi sin parar y quedó muy cansada, pero contenta.

Cuando subió a la liebre vio a su hermana, era un solo revoltijo de pelo, se sentó al lado y trató de peinarla un poco, ella no la dejó y se fue así no más, toda desordenada y media dormida. En la casa la mamá la bajó en brazos mientras Clara las seguía.  Sacó la carta de su mochila para que la mamá la mandara al papá como otras veces. La mamá se sentó y preguntó si la podía leer.  La mamá se emocionó, se le llenaron los ojos de lágrimas y Clara la abrazó, diciendo “A ti también te voy a querer, igual que al papá”. “¿Por qué necesitas que tu papá venga urgente? ¿Qué pasa?”.  Muy difícil, no pudo poner su miedo en forma de palabras y dijo “Lo extraño”. La mamá la apretó un poco más fuerte de lo habitual, después se paró bruscamente y fue a tapar a su hermana, desparramada durmiendo en el sillón. Clara quedó ahí parada y sintió que, si no se movía, iba nuevamente a perderse en esa mirada que no veía ninguna cosa, fue a la cocina, sacó una cajita de leche y se la empezó a tomar, pero ahí estaba otra vez, la mirada de nada llegó a sus ojos y, cuando volvió a ver, su hermana había prendido la tele y miraba unos monos.  De la cocina salía un olor muy rico y afuera ya estaba un poco más oscuro.

¡Horror! Iba a llegar la noche y el papá no aparecía, le preguntó a su mamá y ella respondió  “No va a venir hoy, viene especialmente el sábado para conversar”. ¿Por qué estaba enojada la mamá? El sábado, empezó a sacar las cuentas: eso significaba que se hacía de noche, salía el sol, se hacía noche otra vez, volvía a salir el sol, se hacía de noche otra vez y volvía a salir el sol.  “Exacto”, dijo la mamá. O sea, tres veces iba a ponerse oscuro. Entonces, Clara decidió contarle a la mamá lo de la escalera, pero ella apenas la escuchó y siguió revolviendo una olla sin mirarla “Lo soñaste, no hay nada en la escalera. Anda a ver la tele”.  Cuando Clara se sentó al lado de su hermana, tratando de no mirar hacia afuera donde ya casi no se veía la calle, la mamá llegó, la abrazó otra vez más fuerte y le dijo que esa noche podían dormir juntas.  La chiquitita gritó al tiro “Yo también, yo también” y se tiró sobre Clara, que quedó más aplastada entre el abrazo de la mamá y el cuerpo de su hermana.

Esa noche, se rieron mucho antes de dormir, la mamá les cantó y les contó un cuento, lo que no pasaba desde hacía un tiempo, las abrazó muy fuerte y dijo que ella y el papá las iban a querer siempre mucho. 

 

Clara despertó con el ruido, estaba oscuro porque la mamá había apagado todas las luces.  Otra vez el ruido subía por la escalera y Clara sabía que no estaba soñando, su mamá y su hermana dormían muy tranquilas a su lado, y ella tenía los ojos bien abiertos.  Estaba tratando de moverse o hablar, pero no podía, cuando su mamá también despertó con cara de susto.  Se quedaron las dos muy quietas, mirándose por un rato bien largo y el ruido seguía acercándose.  Finalmente, la mamá prendió la luz y el ruido se terminó, pero el pasillo parecía estar más oscuro con la luz de la pieza.  “Quédate acá” dijo la mamá y salió a la oscuridad, prendió la luz del pasillo y se asomó a la escala, mientras Clara sentía que estaba tiritando, como cuando fue el terremoto, y un llanto subía por su garganta.  Entonces, escuchó algo muy raro: la risa de la mamá; una risa fuerte, más fuerte que cuando pasaba algo muy cómico.  “Clara, ¿sabes quién venía subiendo por la escalera?  Un ratoncito, un ratón chiquitito y arrancó corriendo”.  A Clara no le gustaban mucho los ratones, pero era mejor que un monstruo o una bruja. “Ya, - dijo la mamá-  Ahora cerramos la puerta de la pieza, dormimos con la luz prendida y mañana llamamos a alguien para sacarlo de la casa.  Duérmete ahora”. Se acostó a su lado y le tomó la mano, Clara se apretó a ella “Mi papá sabría dónde se esconde el ratón y lo sacaría, ¿eso vamos a conversar el sábado?” La mamá trató de contestar “El sábado te vamos a explicar que el papá y yo……”, pero no salieron más palabras y sus ojos se llenaron de lágrimas. Clara no entendió porqué la mamá se puso tan triste por este tema del ratón.  Entonces, la abrazó más fuerte “Yo los quiero mucho a los dos, mamá, los voy a querer aunque tenga más de treinta y ocho años y podemos estar juntas cuando el papá se vaya de viaje”. Clara sintió las lágrimas de su mamá que le corrían por las mejillas.

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