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EL 409

PEDRO

         Pedro estaba preocupado; en la fábrica se escuchaba un rumor muy intranquilizante:  ya no era conveniente seguir produciendo porque la ropa importada llegaba a un precio mucho más bajo. Si la producción nacional paralizaba, no habría trabajo para él y sus compañeros.

         En la noche su mujer lo notó muy callado y sin ganas de comer, pero Pedro no explicó nada, dijo que estaba cansado y se fue a acostar.  Clara, su hija, también se dio cuenta de que, a diferencia de todos los días, él no tocó la guitarra antes de dormirse y le hizo falta su voz elevándose entre las paredes de madera de la casita.

         Al día siguiente, en la mañana, el dueño de la fábrica entró muy abatido al taller, se acercó a cada uno de los pocos empleados, les dio las gracias y les dijo que no podía competir ya, la ropa china lo sacaba del negocio. El encargado mandó a Pedro y sus compañeros a la oficina de personal, donde los hicieron firmar unos documentos y les dieron un sobre con dinero.

         Pedro se sentó en la plaza por un largo rato, pensando qué hacer, la plata del sobre no duraría mucho y a su edad iba a ser muy difícil encontrar trabajo. De pronto vio pasar un bus de recorrido con las caras de los pasajeros, triste y cansadamente mirando hacia la calle o durmiendo apoyados en el vidrio.  Se levantó y fue casi corriendo hasta su casa, buscó a Clara, le contó del problema en la fábrica y le propuso salir a cantar en los buses con la esperanza de recoger algunas monedas, mientras aparecía algo mejor. Clara siempre había pensado que su papá cantaba muy bien y estuvo feliz de ayudarlo, tomó el canasto del pan y salió tras él, dejando una nota a su madre, Adela, para cuando volviera de la feria.

EL 409

         El 409 ronroneaba sorteando todos los obstáculos y avanzando de un lado a otro, llevando a las personas por la mañana temprano a su trabajo y cuando volvían cansadas, a sus casas de la población, dormitando si lograban un asiento. 

         Así pasaban los días, aburridos y monótonos, hasta el día que se subió él junto a su guitarra. De pronto, unas suaves notas de cuerdas se elevaron por el aire y una voz áspera, pero melodiosa, llenó el espacio. Las personas que dormitaban despertaron, los del ceño fruncido se alegraron poco a poco y pareció que el 409 renacía: el motor empezó a hacer menos ruido, los neumáticos no chirriaban tanto al roce del asfalto y la carrocería cambió sus gemidos por un compás de acompañamiento a la música. 

         Fueron unas cuantas cuadras en las que una muchacha pasó un canasto entre los pasajeros, quienes buscaron monedas para agradecer el regalo de la canción que alegró su viaje por un momento. Después, tanto él, como la guitarra y la niña bajaron rápidamente y desaparecieron.

         Al día siguiente pasó lo mismo: subieron hombre, chica y guitarra, crearon el maravilloso instante por unas cuantas cuadras, recolectaron unas monedas y bajaron. Después de algunos días, los pasajeros habituales del recorrido esperaban con ansias el momento mágico que entraba por sus oídos y les permitía llegar a su trabajo con el espíritu un poco más tranquilo.

EL INSPECTOR ALEGRÍA

         El inspector municipal Juan Alegría llevaba poco tiempo en su puesto y estaba muy feliz y orgulloso de haberlo logrado, después de algunos meses buscando trabajo sin éxito, una vez egresado de la universidad. Su labor consistía en apoyar a los efectivos policiales en la seguridad del barrio, patrullar las calles, acudir a llamados, controlar el cumplimiento de las ordenanzas municipales, etc. No era exactamente periodismo, pero era una labor social importante y, sobre todo, le permitía llevar a casa el necesario dinero para ayudar a su madre. 

         Ese día, Juan se puso su uniforme y empezó su trabajo a primera hora, controlando que todo estuviera en orden en la feria del barrio. Igual que siempre, la señora Adela le ofreció una taza de café caliente y conversaron un ratito sobre los últimos acontecimientos. Fue solo un momento y Juan siguió con su patrullaje, saludando y conversado con algunos locatarios.

         A mediodía, su jefe llamó a todos los inspectores y dijo que se debería mejorar la imagen del barrio y detener la irregularidades. Desde ya, era necesario apoyar a la policía en la detención de los ladrones de la feria y los asaltos a los buses, porque había fuertes quejas de los vecinos. Además, habían detectado que en uno de los recorridos del bus 409 se subía a cantar un tipo; mientras él distraía a los pasajeros con su canto, una chica pasaba entre ellos buscando plata, eso estaba estrictamente prohibido por la ordenanza del tránsito y, por lo menos mientras el bus recorriera esta comuna, la actividad debería terminar.

EL PECOSO Y EL CABEZA DE CHANCHO

         El Pecoso y el Cabeza de Chancho estaban sentados en la plaza contando las monedas reunidas acarreando las bolsas de las señoras de la feria. No era mucho, pero al Cabeza de Chancho le alcanzaba para un poco de pasturri y sabía dónde conseguirlo. El Pecoso le dijo que no era buena idea, estaba cada vez más flaco y más loco desde que la fumaba, sería mejor comprar algo de comer, incluso, lo siguió unos pasos diciéndo que iba a terminar robando igual que su hermano mayor. Pero su amigo no le hizo caso y se fue a la esquina de la plaza, donde un tipo estaba esperando dentro de un auto.

         El Pecoso llegó a su casa preocupado por su amigo; se conocían desde chicos y no le gustaba lo que estaba pasando con él. Incluso, a veces le daba un poco de miedo porque se ponía muy agresivo; otras veces, decía que había gente persiguiéndolo y andaba asustado, no iba al colegio, ya casi no comía y había ratos que le temblaban las manos al punto de no poder ayudar en la feria.  Pero no sabía qué hacer, la mamá del Cabeza de Chancho dormía casi todo el día y después trabajaba, llegando muy tarde en la noche, el hermano mayor andaba por ahí robando y el papá estaba preso.  

         El Pecoso quería pasar al último año de colegio con buenas notas, así es que trató de no pensar en su amigo, hizo unas tareas, estudió un rato y se arregló para atravesar a la plaza. A veces se encontraba con la Clara y le gustaba mucho conversar con ella, tan alegre y divertida, aunque lo trataba como niño.

EL ASALTO

         El bus 409 partió en su recorrido de la mañana del lunes, con soñolientos pasajeros, entre ellos el Pecoso en su camino al colegio, tratando de coincidir con el bus en que Clara acompañaba a su padre. En el paradero correspondiente subieron Pedro, con su guitarra, la Clara, con su canasta y el inspector municipal Juan Alegría, quien había decidido descubrir al culpable de la grave infracción municipal.  A poco andar, Pedro empezó su canción y Clara se paseaba por el pasillo recolectando monedas.  Juan Alegría quedó un poco impresionado al principio por la voz del cantor y el encanto de la muchacha, pero recordó su deber y, cuando el bus paró en una luz roja, se acercó con la intención de bajar y detener al cantante y su hija, pero, antes de lograrlo totalmente, subieron violentamente al bus el Cabeza de Chancho junto a su hermano y, navaja en mano, se fueron encima del chofer. 

 

         La confusión fue terrible, el bus empezó a ir sin control, las señoras gritaban y algunos trataban de abrir las puertas a la fuerza para bajarse. Juan Alegría, después de un momento de estupor, recordó que era un representante de la autoridad y se abalanzó, totalmente indefenso, sobre los dos hermanos tratando de evitar que le hicieran daño al chofer, Pedro se envalentonó con esa acción y fue a ayudarle.  El Cabeza de Chancho aullaba como un loco y empezó a agitar su navaja delante de ellos, mientras su hermano sacaba la plata de la caja del bus y se daba vuelta hacia los pasajeros gritando que le dieran todo lo de valor. El Cabeza de Chancho se topó con Clara, que escondía su canasto celosamente. El ladrón empezó a forcejear con ella para quitarle su pobre tesoro y cuando el Pecoso trató de protegerla, recibió un navajazo en el brazo. A la vista de la valentía del chico que seguía luchando, con la sangre que corría por su brazo, una señora empezó a retar a los ladrones a viva voz y las emprendió a carterazos con ellos. Eso armó de valor a otros pasajeros y, entre todos, lograron reducir a los criminales, llamar a la policía y mandar al herido al hospital.

         Juan Alegría entregó su declaración de los hechos a los carabineros y, antes que pudiera hacer algo, la Clara desapareció y Pedro, guitarra en mano, salió corriendo hacia la población. El inspector lo persiguió unas cuadras, pero no logró alcanzarlo, principalmente, porque no conocía bien los pasajes entre las casas y, así, se le perdió de vista rápidamente. Muy frustrado, fue a entregar un informe de lo acontecido a su jefe, explicando que cantor y recolectora de dinero habían emprendido la fuga y, ahora ya lo conocían por lo que sería difícil para él mismo detenerlos.  De todas maneras, el jefe lo felicitó por haber logrado impedir el robo y enviado a los ladrones a la justicia.

        Pedro corrió sin parar hasta la casa del Pecoso para informar a su mamá lo que había sucedido: se lo habían llevado herido a la Posta, la Clara había dicho que era su hermana para poder acompañarlo y, ahora, él se ofrecía para llevarla al centro asistencial. Mientras salían también le contó del Cabeza de Chancho y su hermano, los asaltantes. 

         Al salir, la señora golpeó en la casa vecina y, después de algunos fuertes llamados, salió una mujer a medio vestirse a quien la mamá del Pecoso dijo que sus hijos estaban en la comisaría. Ella dio unas desganadas gracias y cerró la puerta.

CONSECUENCIAS

         El Cabeza de Chancho y su hermano estaban frente al carabinero de guardia en la comisaría del barrio, mientras los policías que los traían daban la declaración correspondiente. Los muchachos no mostraban ningún interés, incluso, parecían no escuchar nada.  Siguieron al carabinero que los encerró en una celda y se dejaron caer en el piso de cemento.

         En la Posta de Urgencia, el Pecoso estaba dolorido del brazo, pero contento porque Clara se había preocupado y venido con él, por eso en el camino no se había quejado ni una sola vez, así le demostraba que ya era un hombre. Cuando lo curaron y pusieron un vendaje salió al pasillo y ahí estaba ella esperándolo. Clara se acercó, le dio un abrazo, un beso y las gracias por haberla ayudado ante el asalto. Con los nervios y el dolor, al Pecoso se le había olvidado este acto de valentía, pero ahora pensó que era un enorme adelanto en su relación con la muchacha, entonces también puso su brazo alrededor de su cintura, a pesar del dolor de la herida, trató de besarla de vuelta, pero, justo entonces, apareció su mamá con Pedro y el momento desapareció.

 

         Su mamá lo abrazó muy fuerte, una enfermera dio instrucciones para cuidar la herida,  entregó unos calmantes para un posible dolor y los tres salieron del recinto. Pedro comentó su valentía, pero sería mejor dejar a un lado la amistad con el Cabeza de Chancho porque nada bueno iba a salir de eso.  El Pecoso dijo que le daba pena su amigo y quería ayudarlo, pero Pedro respondió que era todavía muy niño y mejor se cuidara él mismo. No le gustó que le dijeran niño delante de Clara, se separó del grupo y siguió caminando solo hasta el paradero.

         Juan Alegría se fue a la feria para continuar su labor del día revisando el cumplimiento de todas las ordenanzas de recolección de basura y limpieza de la calle. El asalto al bus era el comentario entre las personas. A estas horas ya se hablaba de tres o cuatro asaltantes con pistola y había varios heridos, entre ellos un carabinero, que habían ido a dar a urgencia. Juan, a principio, solo se divertía con las versiones tan diferentes a su propia vivencia, pero, de pronto apareció su espíritu periodístico, sacó su celular y empezó a entrevistar. Algunos decían que estaban en el paradero en el momento del atraco y, solo por suerte, no les había tocado a ellos;  alguien dijo que iba en el bus y los asaltantes eran claramente pistoleros profesionales venidos de otra población; una señora, a quien Juan no había visto nunca, dijo que ella se había atrevido a dar un golpe a uno mientras la policía lo llevaba, mientras el tipo se defendía violentamente.

         Juan siguió hasta el puesto de la señora Adela, quien sirvió inmediatamente una taza de café del termo, comentando lo tarde que había llegado esta mañana. Juan estaba por contarle los acontecimientos, cuando un niño pasó corriendo, derramando el líquido hirviendo sobre su mano, que se puso muy roja. La señora Adela cerró rápidamente el puesto y llevó a Juan a su casa para curar la quemadura, diciendo que su hija iba a saber cómo hacerlo.

         Pedro y Clara habían llegado a su casa muy cansados después de tantas emociones y se acostaron a dormir un rato. En medio del sueño, Clara sintió la voz de su madre, fue al comedor y allí encontró a la señora Adela junto a un extraño que, de alguna manera, le pareció conocido pero no sabía de adonde. Su madre mostró la quemadura de café en el brazo de Juan. Él miró a Clara y reconoció a la chica que había estado a punto de detener en el bus, pero no dijo nada, solo vio su mirada tierna y su dulce sonrisa.

         Clara estaba curando la quemadura cuando apareció Pedro buscando algo de comer. La señora Adela presentó al inspector municipal y empezó a preparar algo. Pedro comentó la arriesgada actitud de Juan en el bus, enfrentándose solo a los dos ladrones con navaja y Juan le agradeció la ayuda para impedir el robo; comprendió que ni Pedro ni Clara se habían dado cuenta, en el bus, que los iba a detener. 

         Los tres comentaron un momento lo sucedido y el tema de las drogas que estaba causando estragos entre los jóvenes de la población. Pedro explicó que, por eso, para él era importante encontrar nuevamente un trabajo estable lo más pronto posible, Clara, que había entrado a estudiar para auxiliar de enfermería y llegaba tarde de los turnos, necesitaba vivir en un lugar menos peligroso, pero después del cierre de la fábrica, solo podía juntar algunas monedas cantando en un bus hasta encontrar algo mejor. Juan se paró bruscamente y dijo que debía volver al trabajo, pero la señora Adela depositó una fuente sobre la mesa, mientras Clara ponía platos y servicios para todos, invitándolo amablemente a quedarse.

         Los detenidos del día pasaban ante el juez. En vista que ningún familiar se había presentado, el Cabeza de Chancho fue enviado a un hogar para menores y su hermano directamente a la cárcel, sin fianza, por mientras se investigaba para llegar a la sentencia definitiva.

         Ya en el furgón policial, el Cabeza de Chancho empezó a sentirse muy mareado y con náuseas. Cuando llegó al centro de reclusión juvenil, se dio cuenta que no iba a resistir sin fumar algo y apenas abrieron la puerta del vehículo salió corriendo desesperadamente. Aunque sus piernas apenas le respondían, aprovechó que los gendarmes no podían descuidar a los otros detenidos, les tomó ventaja y desapareció entre los pasajes.

         El Pecoso se había quedado dormido porque uno de los calmantes  que le habían dado en la posta era fuerte. Su madre lo vio tranquilo, lo abrigó en la cama y se fue a entregar algunas costuras. Después de un rato, lo despertaron fuertes golpes en la puerta y pudo levantarse, medio mareado todavía. Afuera estaba el Cabeza de Chancho, casi desmayado, no podía ir a su casa porque seguramente lo iban a buscar allí y no quería ir a la cárcel.

 

        El Pecoso miró a su amigo, le dio una enorme pena, lo dejó pasar, le trajo un plato de sopa y le dijo que debía comerla; pero, era imposible, las manos del Cabeza de Chancho temblaban fuerte y no alcanzaba a llegar con la cuchara a la boca. El Pecoso se sentó a su lado y empezó a darle con bastante dificultad por su brazo herido, reprochándole que lo hubiera dejado en estas condiciones por andar robando con su hermano. El Cabeza de Chancho pareció estar arrepentido un momento, pero de pronto cambió violentamente y se levantó para ir a la plaza a comprar una pipa porque no podía estar así. Como el Pecoso no lo dejó salir, pareció volverse loco, acusándolo ser no ser su amigo y en la mañana, en vez de ayudarlo, había apoyado a los que llamaron a los pacos.  Botó el plato de sopa al suelo y se abalanzó sobre el Pecoso, que apenas podía defenderse con el brazo herido, pero el Cabeza de Chancho estaba muy mal, cayó al suelo y quedó ahí desmayado.

EL PECOSO, JUAN Y CLARA

         Una vez que terminaron de almorzar, Juan Alegría se despidió para volver a su trabajo y Clara dijo que lo acompañaría por la calle, iba a ver cómo estaba el Pecoso. Los dos salieron conversando muy animados, poniéndose de acuerdo para juntarse en la plaza en la tarde, mientras Pedro y la señora Adela se miraban con una sonrisa de complicidad.

         Adela comentó a su marido que conocía al inspector desde hacía algunos meses y pasaba todos los días de feria por su puesto para tomar un cafecito y conversar un momento, a ella le parecía un buen chico, universitario que no encontraba trabajo de periodista y venía de otra parte de la comuna, era una buena amistad. Pedromestuvo de acuerdo con la apreciación.

         Juan Alegría dejó a Clara en la puerta del Pecoso y se fue a la Municipalidad, pensando cómo iba a hacer con este dilema: ya había ubicado al infractor del bus 409, pero era imposible para él detenerlo o denunciarlo, decidió hacer como que nunca había escuchado las instrucciones de su jefe sobre esta ordenanza municipal que impedía cantar en los buses.

         Clara empujó la puerta de la casa del Pecoso porque le pareció abierta y se encontró con una extraño cuadro: estaba el Pecoso sentado en una silla con la cabeza entre las manos y el Cabeza de Chancho tirado sobre el piso. El Pecoso la miró casi llorando y miró a su amigo, Clara se acercó al muchacho en el suelo, le tomó el pulso y sacó su celular, llamando a emergencia. El Pecoso pidió que no lo hiciera, se lo iban a llevar preso otra vez, pero Clara respondió que estaba muy mal, más valía ir preso que morirse, se sentó al lado del Pecoso a esperar la ayuda y lo abrazó, entonces, él se atrevió a tratar de besarla, pero ella se retiró rápidamente, le hizo un cariño en el pelo y se rió un poco, diciendo que mejor iba a esperar la ambulancia afuera.

         Esa tarde, el 409 venía por la calle, trayendo a los cansados trabajadores que volvían casi dormidos a sus casas y, después de una vuelta por la población, iniciaba un nuevo recorrido llevando a sus labores a otros. Al pasar por la plaza, el chofer paró un momento y preguntó a Clara cómo estaba el chico herido en la mañana y las demás personas involucradas en el incidente.  Ella soltó la mano del inspector municipal Juan Alegría para acercarse al bus y dijo que no había pasado nada grave, el chico solo tenía una herida leve y estaba muy bien. Además, eran muy cómicos los comentarios de la gente sobre el asalto y que su amigo periodista había grabado en unas entrevistas en su celular.

         En la casa del Pecoso, la mamá lo encontró llorando tristemente y él explicó que su gran tristeza era porque a su amigo le había dado la pálida y se lo habían llevado al hospital en la ambulancia, pero mientras sus lágrimas caían, observaba por la ventana a la pareja en un banco de la plaza, mirando el celular y riéndose, con el brazo de Juan Alegría alrededor de los hombros de Clara.

Tocando la guitarra
Image by Sayla Brown
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