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UN HIJO

 

Al ir en el auto, después del funeral, Alvaro le toma la mano. 

          - Podemos viajar, siempre fue tu sueño. 

 

Sus sueños, ¿dónde están ahora sus sueños?, Mariana ya no puede ni evocarlos,  están tan lejos, no responde. 

          - Creo que es mejor quedarnos en el departamento esta noche. 

Ella sigue con la mirada perdida por la ventana, su mente está llena de imágenes y sensaciones. El intenso olor de las flores, el ataúd blanco, el llanto de algunos, la gravilla que cruje al paso del carro fúnebre…. eso trae a su memoria el funeral de sus padres, ¿cuánto hace, quince, dieciocho años?. El tiempo en su mente es confuso, hace tanto que sus días son todos iguales.

          - ¡Mariana….Mariana! ¿Pasamos la noche en Santiago?. 

Escucha y entiende sus palabras, pero no contesta y él encamina el auto hacia Las Condes. Ella mira pasar la ciudad bullente de vehículos y personas, gente que todavía tiene un propósito en la vida, que no ha quedado vacía ……….el sonido de una ambulancia la saca de su pesadumbre, al pasar por la Clínica Santa María aparecen los recuerdos.

 

Era de madrugada cuando empezaron los dolores. Despertar a Alvaro, llamar a sus padres, recoger los bolsos que ya estaban preparados desde hacía días. Toda la emoción de este primer bebé, la matrona, la sala de partos, dolor, mucho dolor, una inyección en la espalda, el doctor, más dolor y un llanto casi imperceptible de recién nacido. Todo pasa ahora por su cabeza como una película. Sintió en sus brazos un cuerpo pequeñito, se dio cuenta que era suyo y dependía de ella, se llenó de una sensación de amor que nunca había sentido. Le costó entregarlo a una enfermera que lo llevó para pesarlo, medirlo y abrigarlo, ella sólo quería seguir estrechándolo en su pecho. Alvaro había estado sujetando su mano todo el tiempo, pero ahora la soltó y fue hacia el doctor, ella cerró los ojos, cansada, quedó a la espera que le devolvieran a su hijo y se durmió.

 

Han llegado al departamento de Las Condes, Alvaro se baja y va a abrirle la puerta del auto. Mariana permanece sentada dentro.

          - No quiero quedarme acá, quiero irme a la casa de la playa. 

Alvaro se detiene y la mira. 

          -Va a ser doloroso volver allá tan pronto. 

¿Doloroso? Porqué, si no ha derramado una lágrima, no siente nada. 

          - Quiero estar en mi casa. 

Este departamento en Santiago no es su hogar, nunca lo fue. 

          -Mañana temprano tengo una reunión impostergable en la gerencia de la empresa con un gringo que viaja en la tarde, quedémonos acá esta noche y a mediodía nos vamos.

La empresa, reuniones y viajes, esa es la vida de Alvaro, siempre llena de éxitos, alumno sobresaliente en la universidad, profesional brillante, reconocido nacional e internacionalmente. La existencia de Mariana es la playa, repleta en el tiempo de vacaciones, muy solitaria en invierno, las campanas de la iglesia que repican todos los días llamando a la misa, el mar infinito, abierto al horizonte que le recuerda la existencia de otros mundos lejanos y …………Carmen ha llegado y se estaciona al costado. Mariana se baja.

          -¿Puedes llevarme a mi casa, por favor?

Su cuñada la mira sin decir nada, solamente un gesto de comprensión, de asentimiento y ella se acomoda a su lado. Carmen fue siempre su mejor amiga, entiende. Alvaro se apoya en el auto.

          -Mañana me voy después de la reunión.

 

Ella baja el vidrio, asoma su cabeza y le ofrece un beso, le hace un cariño en la cara. 

          -Te he querido mucho.

 

Cierra la ventana y el auto parte, Alvaro queda ahí, inmóvil, sin alcanzar a decir nada. Hacía tiempo que no lo miraba a los ojos y sentía su piel. La impacta lo viejo que está, sus ojos azules están rodeados de pequeñas arrugas, el pelo ya es casi blanco, la piel de su mano es áspera, ¿cuándo sucedió eso? Ella está cansada, pero no siente que envejeció, se siente la misma que se fue a vivir a la casa de playa, con su hijo casi recién nacido, hace más de 20 años. 

 

          -¿No dejaste nada que necesites en el departamento de Alvaro?.

 

Carmen entiende perfectamente, el departamento es de Alvaro; su hogar es la casa frente al océano. Pero igualmente no le responde, no tiene ganas de contestar, su cuñada comprende y el silencio se apodera del auto. Vuelve la sensación de la piel de Alvaro en su mano y recuerda sus ojos ya viejos, entonces mira sus propias manos arrugadas y surcadas de pequeñas venas, ya no son las manos de una joven. ¿Cuándo envejecieron los dos? ¿Fue de golpe cuando se enteraron de la realidad que deberían enfrentar? ¿Fueron los inexorables años de distanciamiento?  Poco a poco ella se fue quedando en la casa de la playa, Alvaro decía que el aire puro era mejor para el bebé y ella lo aceptó, intuía la incapacidad del padre para amar a este hijo imperfecto, pero no quería plantear el tema abiertamente, así, dejó sus propios intereses de lado y se instaló muy cerca del mar a cuidar a este niño pequeño que nunca dejó de serlo, aun cuando su cuerpo se hizo cada vez más grande.

 

          -Desgraciadamente, es una condición congénita que no tiene tratamiento – dijo el doctor – su desarrollo mental será cada vez más lento y habrá un progesivo deterioro físico. Estos niños habitualmente mueren antes de los diez años.

 

Tal vez el diagnóstico estaba bien, Mariana ya ni recuerda el nombre de la enfermedad aunque al principio escribieron a una enorme cantidad de clínicas buscando una ayuda que no existía en ninguna parte y finalmente aceptaron lo definitivo de su situación. El diagnóstico era correcto, pero el pronóstico no del todo.  El hijo siguió siendo un niño para siempre, pero su cuerpo creció sano y fuerte hasta los 22 años, en que empezó un rápido deterioro de todas sus funciones. 

 

         -Mariana ¿quieres comer algo por acá? No has comido nada, ayer tampoco.

 

La voz de Carmen la saca de su ensimismamiento y se da cuenta de que el mediodía ya esconde las sombras bajo los árboles y las casas.

 

         -Yo no quiero nada, pero si tú quieres algo, paremos.

 

         -Tú sabes que yo lo quería mucho y nunca entendí a mi hermano.

 

Mariana solo le hace un cariño en la mano sobre el volante y vuelve a su mutismo. El auto sigue avanzando por la carretera, ve a un hombre que arrea unpuñado de vacas por el potrero, un grupo de niños salen de una escuelita rural riendo y gritando. El sueño empieza a desquitarse de varias noches sin dormir y finalmente la vence.

 

Alvaro está a su lado, sabe que es él, pero no es el hombre que ella conoce, es un niño extraño que corre por la arena persiguiendo una gaviota hasta llegar al mar. Ella lo llama desesperada porque se acerca peligrosamente a las olas, pero su voz queda atrapada en la garganta mientras el pequeño sigue corriendo. Ya casi no puede avanzar por la arena blanda y tibia, en la playa hay mucha gente, pero nadie la ayuda, todo lo contrario, alguno la ataja tomando su brazo, su corazón va a salirse del pecho. 

 

             -Mariana, Mariana.

 

Despierta angustiada, el auto está detenido en la berma y su cuñada le toca suavemente el brazo, un líquido corre por sus mejillas, Mariana se da cuenta de que está llorando, por primera vez desde el comienzo del inevitable final, se quiebra en un llanto silencioso, suave. Ambas se abrazan y quedan unidas así un momento, en silencio, en una comunión de dolor que no necesita palabras. 

 

El sol está fuerte cuando llegan a la playa, Mariana divisa el mar a lo lejos, calmado, tranquilo, como un acogedor y suave colchón para tenderse y descansar. 

 

Entrar a la casa vacía es extraño. Mariana camina por las piezas silenciosas en un rápido recorrido, se asoma al dormitorio lleno de juguetes y vuelve a la entrada, ahí se ha quedado Carmen, todavía con la cartera colgando de su brazo.

 

         -Me quedo contigo esta noche y me voy mañana temprano.

 

          -Carmen querida, sé que mañana trabajas, ándate ahora para que no llegues a oscuras a Santiago. Quiero que te vayas, me quedo más tranquila y no te preocupes por mí.

 

Prácticamente toma a Carmen por el brazo y la lleva hacia la puerta. La cuñada aún se resiste, insistiendo en que mejor la acompaña hasta que llegue Alvaro, al día siguiente.

 

          -No, dame un abrazo y ándate. No te preocupes, estoy en mi casa, entre mis recuerdos. Quiero, necesito estar sola.

 

El auto parte y Mariana vuelve a la habitación llena de juguetes, los mira largamente, acaricia algunos, finalmente se tiende en la cama del hombre niño. No duerme, recuerda: los primeros pasos inciertos que no duraron más de unos pocos años; la risa que surgía ante cualquier situación y se fue haciendo cada vez más fuerte; la imposibilidad de llegar a su mente, pero sí a su corazón, repleto de amor; la alegría infantil cuando llegaba a verlos el padre que apenas lo abrazaba y lo miraba largamente quizás si esperando un milagro, incapaz de aceptar lo que él consideraba su único fracaso, el padre que hizo todo lo necesario para hacer la situación lo más confortable posible cuando ella se negó a dejar a su hijo en un hogar, pero jamás entregó cariño a este ser necesitado y lleno de ternura.            

 

Poco a poco llega la luz del día y ella va quedando vacía, sin pensamientos, sin recuerdos, sin sentimientos, solamente con un cansancio enorme. Comprende que el sentido de su vida terminó, se levanta y camina hacia el suave y acogedor colchón de olas para tenderse allí a descansar para siempre.

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